
El mal uso del fascismo: llamando a las cosas por su nombre
En el debate político actual, el término «fascismo» se ha convertido en una etiqueta fácil, un proyectil discursivo lanzado con ligereza para descalificar a cualquier figura incómoda o disidente. En América Latina, nombres como José Antonio Kast, Johannes Kaiser, Axel Kaiser o Javier Milei suelen ser tildados de «fascistas» por sectores progresistas, pese a que sus posturas son, en rigor, conservadoras en lo social y neoliberales en lo económico.
Esta confusión no es solo un error conceptual; es una distorsión peligrosa. Al banalizar el término, se diluye su significado histórico y se pierde la oportunidad de realizar una crítica más certera: lo que estas figuras representan no es un retorno al fascismo, sino una forma de neoliberalismo vendepatria, disfrazado de patriotismo. Un proyecto profundamente funcional al mercado global, no a la soberanía nacional.
Apoyándonos en pensadores como Umberto Eco, Gustavo Bueno, Norberto Bobbio, y complementando con lecturas contemporáneas como Carlos Videla, Diego Fusaro y Aleksandr Dugin, este artículo desmonta la acusación de fascismo y propone una crítica más precisa y estructural.
¿Qué es realmente el fascismo?
Antes de calificar a alguien como fascista, hay que saber de qué hablamos. Norberto Bobbio lo definía como un régimen totalitario, antiliberal y antidemocrático, caracterizado por:
- Nacionalismo exacerbado
- Supresión de libertades individuales
- Rechazo a la igualdad socialista
- Culto al líder
- Militarismo y movilización permanente
El fascismo histórico (Italia, 1919–1945) buscaba un Estado fuerte y corporativista que subordinara al individuo a la nación, controlando sectores estratégicos de la economía para fines patrióticos. El nazismo alemán añadió un componente racial, pero ambos compartían una estructura totalitaria que eliminaba la mediación liberal.
Umberto Eco, en su ensayo El fascismo eterno, propone 14 características del llamado «Ur-Fascismo», como el culto a la tradición, el rechazo a la modernidad, el miedo a lo diferente, y la idea de una mayoría moral silenciosa que debe recuperar el control. Pero Eco también advierte: no toda forma de autoritarismo es fascismo.
Desde otra vereda, Gustavo Bueno lo analiza como una “derecha no alineada”, una tercera vía surgida de las ruinas del liberalismo y el comunismo, con un proyecto nacionalista revolucionario, pero siempre circunscrito a las condiciones históricas del siglo XX europeo.
El chileno Carlos Videla, por su parte, rescata del fascismo no una apología, sino un intento de comprender lo que quedó oculto tras la demonización total: la crítica al liberalismo, la defensa del Estado como forma de comunidad política soberana, y la idea de una nación como sujeto histórico.
Los Kaiser y Milei: neoliberales, no fascistas
Johannes Kaiser, Axel Kaiser y Javier Milei representan un perfil ideológico claro y coherente con el liberalismo clásico en lo económico y el conservadurismo cultural en lo social. Johannes Kaiser ha defendido abiertamente el legado de Pinochet, y se ha posicionado contra la inmigración, el feminismo y la diversidad. Axel Kaiser, en cambio, asume un rol más intelectual: es el apologeta del libre mercado, la propiedad privada y la competencia como virtud social. Javier Milei, finalmente, combina un libertarismo económico radical con una retórica anticasta que apela al descontento popular.
Nada de esto los convierte en fascistas. Su modelo no promueve un Estado fuerte, sino todo lo contrario: buscan destruir al Estado como actor económico y reducirlo a un mínimo administrativo. Defienden una apertura irrestricta a los mercados globales, la privatización de activos estratégicos y una integración funcional al orden financiero internacional. Son, por definición, liberales extremos, no enemigos del liberalismo.
El fascismo histórico buscaba controlar la economía en nombre de la nación. Los neoliberales actuales, en cambio, subordinan la nación al mercado global. Si algo representan Milei y los Kaiser, es la despolitización total de la soberanía, disfrazada de rebeldía.
Patriotismo performativo y soberanía vaciada
El gran engaño de estos líderes es su apelación al patriotismo. Proclaman amor por la patria, pero sus políticas entregan los resortes estratégicos de la nación a manos extranjeras. Este patriotismo es performativo, simbólico, casi publicitario. En Chile, el modelo económico defendido por Axel y Johannes Kaiser perpetúa la dependencia extractivista, sin un proyecto industrial ni control estatal sobre recursos estratégicos. En Argentina, Javier Milei promueve la liberalización financiera y la subordinación al FMI como si eso fuera una conquista de soberanía.
El resultado es lo que varios autores han denominado “neoliberalismo vendepatria”: una ideología que se disfraza de defensa nacional para justificar la entrega de la soberanía popular a las lógicas del capital transnacional. El verdadero enemigo, en este caso, no es el fascismo, sino la financiarización de la política y la disolución del Estado como sujeto soberano.
Contra el antifascismo ritual: una crítica desde Fusaro y Dugin
En este punto, vale la pena introducir una crítica al antifascismo ritual, ese que convierte al «fascista» en una figura mítica que justifica toda forma de censura o reacción emocional. Diego Fusaro lo resume magistralmente:
«Mientras que los necios juegan a ser anticomunistas a falta de comunismo y antifascistas a falta de fascismo, las finanzas salen ganando.»
Lo que Fusaro denuncia es el uso simbólico del antifascismo como cortina de humo para desactivar toda crítica al liberalismo realmente existente. Mientras las élites financieras saquean los Estados y disuelven los vínculos nacionales, el antifascismo se convierte en un entretenimiento simbólico para las clases medias cultas, más preocupadas por los discursos que por los proyectos materiales.
Aleksandr Dugin, desde otro ángulo, apunta lo mismo:
«Ser anticomunista o antifascista es luchar contra las sombras del pasado. El verdadero desafío es ser antiliberal.»
Ambos autores, pese a sus diferencias, coinciden en que el liberalismo global es hoy el verdadero totalitarismo blando, el que no necesita violencia porque ya ha neutralizado toda alternativa. En este contexto, el antifascismo ritual no es resistencia: es conformismo disfrazado de valentía moral.
Conclusión: contra la confusión, claridad conceptual
El fascismo murió en 1945. Puede haber ecos, símbolos, estéticas; pero no existe un régimen fascista en la actualidad que se corresponda con su definición histórica. Llamar “fascista” a figuras como Kaiser o Milei no solo es inexacto: es contraproducente. Les permite victimizarse, rechazar cualquier crítica como exagerada y evitar un debate serio sobre el fondo de sus ideas.
La crítica correcta es otra. Johannes Kaiser, Axel Kaiser y Javier Milei son neoliberales conservadores, con un discurso patriótico superficial que encubre una entrega estructural de la soberanía nacional. No son herederos de Mussolini, sino de Hayek y Friedman. Su proyecto no es totalitario, sino globalista: subordinan la política al mercado, la soberanía a las finanzas, y la identidad nacional a un decorado simbólico útil para vender reformas impopulares.
La lucha por la soberanía y el pensamiento crítico no pasa por revivir batallas del siglo XX, sino por construir una alternativa al orden neoliberal. Y para eso, necesitamos un lenguaje riguroso, no etiquetas vacías. Hay que llamar a las cosas por su nombre. La verdadera resistencia no es antifascista ni anticomunista. Es antiliberal.




