
Chile como botín: redes de corrupción y la captura de la soberanía
Corrupción sistémica, no incidental
En Chile, la corrupción no es un accidente ni una desviación del sistema; es el sistema mismo.
El escándalo del Caso Convenios —que involucra más de $89.740 millones de pesos desviados mediante fundaciones como Democracia Viva y ProCultura— no es un hecho aislado, sino la expresión visible de una red profunda, planificada y transversal que ha secuestrado el aparato estatal. Lo que vimos en Antofagasta fue apenas la punta del iceberg.
Un saqueo federalizado: más de 100 fundaciones bajo la lupa
Según informes del Ministerio Público y la Contraloría, más de 100 fundaciones están siendo investigadas en las 16 regiones del país. Desde Arica hasta Magallanes, el saqueo fue federalizado. Y como ocurre con toda red mafiosa bien diseñada, los mecanismos eran los mismos: fundaciones creadas sin experiencia ni giro adecuado, convenios adjudicados a dedo, rendiciones inexistentes y protección política en todas las esferas.
ProCultura y el escándalo que roza al poder presidencial
La Fundación ProCultura, por ejemplo, recibió más de $3.000 millones en transferencias, y hoy se investiga un eventual desvío de fondos a la campaña presidencial de Gabriel Boric. El caso escaló cuando se supo que el fiscal Patricio Cooper había interceptado ilegalmente conversaciones telefónicas entre Boric y su expsiquiatra Josefina Huneeus. La Corte de Apelaciones de Antofagasta declaró nulas las escuchas y comparó el hecho con “tiempos pretéritos de la República”, provocando la remoción inmediata de Cooper del caso. ¿Cuántos otros casos han sido silenciados o desviados?
El Estado como botín: fundaciones, músculo electoral y captura institucional
Lo que se perfila no es simplemente una red de corrupción, sino un modelo de poder basado en la apropiación del Estado. Un modelo donde los recursos públicos son desviados no solo para enriquecimiento personal, sino para financiar estructuras partidarias y clientelares. El dinero defraudado no desaparece: se transforma en músculo electoral, campañas, operadores territoriales, medios de propaganda y redes de favores. El Estado ya no es el garante del bien común, sino el botín de guerra de una élite que aprendió a vestirse de ciudadanía.

Una élite sin rostro ideológico: derecha e izquierda como coautores del saqueo
Esta maquinaria no distingue entre izquierda y derecha. Se reproduce en todos los colores de la paleta política. La derecha empresaria ya nos enseñó cómo privatizar el Estado desde las leyes. Ahora, la nueva izquierda lo hace desde las fundaciones. Luis Hermosilla, abogado articulador de este sistema, aparece vinculado tanto a Chadwick como a asesores del Frente Amplio. En sus manos, el Estado chileno se convirtió en un negocio privado.
Pero el desfalco no se limita al uso de fundaciones. Esta élite ha tejido un entramado legal e institucional para blindar su poder y perpetuar el fraude, actuando siempre bajo el disfraz de la legalidad.
Recordemos el escandaloso proceso de refichaje partidario del año 2017, cuando miles de ciudadanos fueron inscritos sin su consentimiento para cumplir con los requisitos de la nueva Ley de Partidos. Una operación masiva de suplantación de identidad que nunca fue sancionada.
Lo mismo ocurrió tras el estallido social, cuando la ciudadanía exigía una refundación del sistema político y económico. ¿Qué ofrecieron los partidos? El Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, firmado a espaldas del pueblo y orquestado por los mismos que han gobernado Chile por tres décadas. Un pacto para canalizar el descontento dentro de los márgenes del modelo, sin tocar sus pilares estructurales.
La corrupción también se expresa en el financiamiento ilegal de campañas políticas, como quedó al descubierto en los casos Penta, SQM y OAS, donde se probó la existencia de una red transversal de financiamiento empresarial a candidatos de todos los sectores. ¿Qué ha cambiado desde entonces? Nada. Sólo perfeccionaron los mecanismos: ahora se disfrazan de fundaciones sin fines de lucro.
Esta élite sin rostro ideológico ha hecho las leyes a su medida, ha diseñado sistemas de control electoral y mediático, y ha secuestrado la soberanía popular, convirtiendo al Estado chileno en una fachada democrática para un régimen de saqueo institucionalizado.
Cofradías y el fin del pluralismo: el país secuestrado por redes sectarias
Como lo ha expuesto Renato Garín en La Fronda y El Patio del Poder, lo que existe en Chile no es una democracia funcional, sino una partidocracia capturada por cofradías ideológicas y sociedades discretas. Lo político no se decide ya en el Congreso, sino en redes paralelas donde se cruzan antiguos militantes del MAPU, miembros de la masonería, académicos orgánicos y operadores judiciales.
Partidos como el Socialista han sido suplantados por redes sectarias organizadas en torno al viejo MAPU, que hoy colonizan ministerios, fiscalías, universidades, gobiernos regionales y fundaciones. A ellos se suman estructuras como la masonería, que mantiene una influencia transversal en el aparato público, actuando como centro de reclutamiento y ascenso político silencioso, garantizando lealtades por sobre el interés nacional.
Son estas cofradías las que deciden qué se investiga y qué se archiva, quién sube y quién cae, qué se visibiliza y qué se entierra. Manejan las puertas giratorias entre el los tres Poderes del Estado, los partidos políticos, las ONG, los organismos internacionales y el capital transnacional. Son la red que garantiza que nada esencial cambie.
Bajo sus manos, el pluralismo es una ficción, la alternancia un teatro, y la soberanía, un concepto vacío.
La izquierda funcional y el decorado democrático
Mientras Chadwick permanece impune, los nuevos administradores del modelo se presentan como paladines del cambio. Pero lo suyo no es transformación, sino administración del descontento. Canalizan la rabia social, la enarbolan como bandera, la convierten en narrativa de campaña y luego la disuelven en acuerdos, pactos y reformas cosméticas. No desafían realmente las estructuras de poder, porque forman parte de ellas.
Esta es la izquierda indefinida que describía Gustavo Bueno: una izquierda que ha renunciado a cualquier proyecto revolucionario o emancipador, y que opera como gestora simbólica del malestar, sin tocar jamás los pilares del orden económico ni del poder real. Se limita a disputar cuotas dentro del sistema, a ocupar escaños, cargos y presupuestos, mientras preserva intacta la arquitectura neoliberal heredada.
En rigor, esta izquierda parlamentaria y progresista no representa una amenaza para el sistema, sino su válvula de escape. Es disidencia controlada: se queja, se indigna, promete, pero nunca desobedece. Es el ala izquierda de la misma jaula. Una izquierda domesticada, incapaz de incomodar a los poderes fácticos que gobiernan desde las sombras.
En Chile, la última izquierda verdaderamente revolucionaria fue la de Gladys Marín, firme y sin concesiones. Desde entonces, solo queda un simulacro funcional al sistema. Quedan excepciones como Eduardo Artés y el PC(AP), aferrados a banderas históricas como la nacionalización y la soberanía popular, pero aislados y anacrónicos, símbolos de una izquierda estructural en vías de extinción.
Así, la democracia se transforma en un decorado, la soberanía popular en un guion repetido, y el pueblo en un público funcional: aplaude, pero nunca decide.
Chile ha sido convertido en botín.
El pueblo, en espectador.
Y la democracia, en un decorado.
La respuesta soberanista: fin de la partidocracia, inicio del poder ciudadano
La solución no pasa por reformar partidos corruptos ni por crear nuevos rostros con viejas mañas. Pasa por desmantelar la partidocracia, proscribir el financiamiento público de todos los partidos políticos, y devolver el poder al pueblo a través de mecanismos de democracia directa, revocatoria de mandatos, plebiscitos vinculantes y cabildos soberanos.
El pueblo de Chile no necesita partidos que lo representen.
Necesita el poder de representarse a sí mismo.
El tiempo de la obediencia terminó.
Es hora de recuperar lo robado y reconstruir lo propio.





